"- Todo gira en torno al problema de las libertades personales - explicó Walter -. La gente vino a este país por dinero o por la libertad. Si no tienes dinero, te aferras aún más furiosamente a tus libertades. Aunque fumar te mate, aunque no puedas dar de comer a tus hijos, aunque a tus hijos los mate a tiros un loco con un fusil de asalto. Puedes ser pobre, pero lo único que nadie te puede quitar es la libertad de joderte la vida como te dé la gana. Esa es la conclusión a la que llegó Bill Clinton: que no podemos ganar elecciones actuando contra las libertades personales. Y menos contra las armas, si a eso vamos."
667 páginas que son una profunda incisión en un dedo. Hasta el hueso abriremos, hasta astillarlo. Hurgar en la herida americana, parece que este es el propósito intelectual, ésa es la tarea encomendada, una reflexión, otra más en el caso que nos ocupa. Familias bienestantes, modelo americano de origen escandinavo y judío, luchadores deprimidos, bebedores, infieles, republicanos o demócratas de salón, activistas ecológicos amantes de los pájaros. Amas de casa, fieles mujeres, madres abnegadas en la postal de una casa hecha con sus propias manos. Hijos que son un reflejo de los padres, del mundo que les rodea, como esas torres que se desploman, como el fin de un imperio que se alarga demasiado, como el desafortunado desenlace de una de nuestras series favoritas. Roqueros sin manías, amor con o sin sexo, sexo con o sin amor, ciclos creativos y autodestructivos, traiciones sin remordimientos, auto-lavado de conciencia.
De esta manera los personajes dan yesca al sacacorchos de la vida. Hasta descorchar la botella, beber de ella, un largo trago que apague nuestros incendios o los reviva hasta reducirnos a cenizas. El aroma de una guerra injusta es lo huelen de la mañana a la noche, como un cadáver corrupto con el que han aprendido a convivir. Como todos esos cuerpos saltando de las torres, el drama favorito del que no quieren escapar para no perder su porción de depresión homologada.
Y mientras tanto, la libertad, tan real como indigesta.
Después del primer bocado, es imposible dejarlo. Aunque te arda el estómago, es tu veneno.
Y que nadie diga lo contrario.
Video entrevista de El País